Barcelona a través del espejo de la moda
Barcelona y moda son dos conceptos que, juntos, no acaban de encajar. Barcelona es una ciudad que está de moda (no hay nada más que ver el flujo de turistas), pero no es una ciudad de moda: aquí la moda sólo se la toman en serio las grandes marcas internacionales, que han colonizado la ciudad.
En Barcelona, como en una de las aventuras de la Alicia de Lewis Carroll, vivimos en una permanente inversión de la realidad en lo que respecta a la moda. La ciudad rebosa de tiendas de moda, pero eso no significa que la moda forme parte del tejido propio de la ciudad, ya que muy pocas de estas tiendas son de cosecha propia. La ciudad tiene a gala ser el centro de los diseñadores emergentes… que nunca acaban de emerger. La ciudad pretende tener una pasarela internacional, cuando la realidad es que en el panorama internacional de la moda Barcelona no cuenta para nada como referente.
Y, sin embargo, hubo un tiempo en que Barcelona fue pionera de la moda española, introduciendo la alta costura de la mano de Pedro Rodríguez, afincado en la ciudad desde 1900. Por no hablar de Santa Eulalia, El Dique Flotante, Asunción Bastida o Carmen Mir. Pero hoy… ¿quién los recuerda? ¿Dónde está su legado?
Barcelona conserva todavía a Manuel Pertegaz, pero su savoir-faire se irá con él, ya que no quiere sucesor. Craso error. Aunque Pertegaz sólo pueda existir uno, la marca es lo suficientemente rica en historia para seguir viviendo en el tiempo, y es una pena desaprovechar esa herencia. Balenciaga tampoco planeó su sucesión y casi muere como marca: fueron necesarias casi tres décadas y un creador como Nicolas Ghesquière para recuperar el esplendor, rentabilizado gracias a los complementos y al hecho de pertenecer a un gran holding del lujo. Porque una cosa es cierta: la moda, hoy, es, más que nunca, una cuestión de negocio. Y si bien pusimos una pica en Flandes con Josep Font, que en enero de 2008 desfiló en la semana de la Alta Costura de París como invitado de la Fédération Française de la Couture, el sueño se desvaneció ya el año pasado.
Desde el fenómeno de Tuset Street de finales de los sesenta, Barcelona ha hecho muchas cosas respecto a la moda, es cierto, casi todas financiadas con el erario público, pero muy pocas guiadas por el seny catalán. Y, en la actualidad, vive en un permanente espejismo: ninguna de las iniciativas (siempre de la mano de instituciones públicas) han servido para posicionarnos en el panorama internacional de la moda, que es lo que se pretendía.
Barcelona es la ciudad de España con más escuelas de diseño de moda, y es cierto que hay talento entre los jóvenes diseñadores. Pero no basta ser un diseñador con talento, hay que ser también un gestor con talento. Y si no que se lo pregunten a Custo, cuyo éxito fue flor de un día y ahora está pagando las consecuencias: la marca sólo es creíble como souvenir de la ciudad para guiris. Está claro que no todos pueden ser émulos de Chanel o Armani, fusión de creador y gestor en una sola persona, por lo tanto es condición sine qua non que un diseñador sepa que ha de delegar la gestión de su empresa en un gestor competente. El problema es que, aquí, casi siempre han hablado lenguajes distintos.
Y, antes, claro, hay que tener dinero y un buen business plan para encarar el negocio. Algo que, todavía hoy, es la gran asignatura pendiente de casi todos los diseñadores que sueñan con tener una marca propia. No money, no way
.... TO BE CONTINUE
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